Había leído comentarios contradictorios sobre Bulgaria en plan turístico: que no tiene nada de especial interés, que casi todo está reconstruido o no es original; que por ver los frescos de iglesias y monasterios ya vale la pena el desplazamiento… En fin, como en todo, lo mejor para juzgar es verlo en persona, así que tenía ganas de ir, en particular por la fascinación que me producen las pinturas antiguas de los templos ortodoxos.
De nuevo, fue un destino que me planteé en solitario, ya que a mi marido no le interesaba y, por diferentes motivos, tampoco pude contar con las amigas con las que suelo viajar. Así que me apunté a una de las Rutas Culturales de la Comunidad de Madrid para mayores, a las que me estoy volviendo “peligrosamente” asidua en los últimos tiempos . Sin duda prefiero viajar en coche y por libre, pero hay momentos y circunstancias en que, si no puedo disponer de vehículo, esta fórmula me resulta más cómoda, porque ya no estoy para cargar con la maleta en transporte público, cuadrar horarios y contratar excursiones sueltas. Bueno, se trata de sopesar pros y contras.
A continuación, tocaba elegir itinerario (suele haber varios) y fecha. Debido a otros viajes, solo tenía libre el mes de agosto, así que elegí salir el 18 de agosto, pese a que me imaginaba que haría bastante calor. Claro que, como se suele decir, “sarna con gusto no pica”. Y eso me repetí varias veces durante el viaje, como en la foto de abajo, en Nesebar (Mar Negro).
Mi prioridad eran los monasterios, así que elegí un recorrido que incluía los tres principales: Troyan, Bachkovo y Rila. Además, Veliko Tarnovo, Arbanasi, el Museo Arqueológico al Aire Libre de Etara, la Iglesia Rusa de Shipka, la Tumba Tracia de Kalambak, la ciudad costera de Burgas en el Mar Negro, el pueblo de Nesebar y las ciudades de Plovdiv y Sofía. Vamos, lo más tópico y típico. Faltaban muchos lugares, claro está, pero para una semana me pareció suficiente. También tenía intención de hacer por mi cuenta la ruta senderista de los 7 lagos de Rila, aunque luego no fue posible por los motivos que ya contaré.
En total, fueron unos 1.200 kilómetros, con el siguiente perfil (aproximado) en Google Maps:
Por lo demás, al tratarse de un país miembro de la Unión Europea, el viaje no requiere mayores preparativos: se puede acceder con DNI o pasaporte y se aplica la misma tarifa que aquí en el roaming de teléfono y datos. También se puede utilizar la tarjeta sanitaria europea en caso de que se necesite atención médica, aunque en las mismas condiciones que los ciudadanos búlgaros, con lo cual quizás no cubra todos los gastos que se ocasionen, así que no viene mal contar con un seguro adicional. No utilizan el euro, sino una moneda propia, llamada “lev” o “leva”, cuyo cambio aproximado (en el momento de mi viaje) era de 1 euro = 2 levas. Y, claro, esto es importante a la hora de utilizar las tarjetas bancarias por el asunto de las comisiones. Lo mejor, elegir una que no las cobre. En fin, esto ya depende de cada cual.
Ya solo quedaba esperar el momento de emprender el viaje. Un par de días antes, consultando las previsiones meteorológicas, vi que las temperaturas diurnas estarían en torno a los 33 grados con un sol radiante prácticamente todos los días. Vamos, calor.