Tras un estupendo sueño reparador en una King Size Bed y un buen desayuno tipo buffet, cogimos el coche y lo dejamos junto a una parada de tranvía que la noche anterior habíamos visto de camino al hotel. No nos daba mucha confianza dejar el coche ahí, porque no ponía en ninguna parte si era de pago o no, pero bueno, nos lanzamos y ahí se quedo.
Cogimos el tranvía y en unos minutos estábamos en el centro de Dublín. Yo ya había estado en Dublín, un verano que fui a estudiar inglés, pero reconozco que no me acordaba de mucho y que la experiencia es diferente cuando eres estudiante a cuando haces un viaje de placer con tu pareja.
Empezamos la ruta en O’Connells Bridge hacia la parte sur del río: paseamos por el Trinity College (vimos la majestuosa biblioteca) lleno de estudiantes y, sobre todo, turistas como nosotros. De ahí fuimos al parque Stephen’s Green donde comimos una especie de Wraps que compramos previamente en el centro comercial que está junto al parque.
Después de comer, seguimos la ruta por “The Old Dublin”, la estatua típica de Molly Malone, sus calles, sus tiendas,… para finalizar en la zona de Temple Bar. Y como no, con paradita de rigor en el bar que da nombre a la zona para tomar unas pintas (lo típico aquí es tomar ostras, pero a mí no me van mucho…). Yo me lancé a la pinta de sidra, por cambiar y está bien rica y te da un puntillo muy gracioso. Mi chico es fiel a la Guiness. Después recorrimos la zona buscando un sitio para cenar y acabamos en un italiano muy acogedor, pero no recuerdo su nombre, donde cenamos muy bien tras unos días de alimentación a base de sándwiches y hamburguesas…
Seguimos paseando por la ciudad, ya sin un rumbo concreto, perdiéndonos por sus preciosas calles, para finalizar en la parada de tranvía rumbo al hotel. Nos dimos cuenta de que no nos quedaba dinero suelto suficiente para comprar 2 billetes para zona 3 (a la que íbamos) así que los cogimos hasta la zona 2, pensando que nadie se daría cuenta. Ante nuestra sorpresa, ¡en la parada siguiente entraron 2 revisores! Por suerte, pasamos desapercibidos… Llegamos al hotel sin percances y para despedirnos bien de Dublín nos quedamos en el bar tomando unas pintas. Al día siguiente se acababan nuestras vacaciones…
Cogimos el tranvía y en unos minutos estábamos en el centro de Dublín. Yo ya había estado en Dublín, un verano que fui a estudiar inglés, pero reconozco que no me acordaba de mucho y que la experiencia es diferente cuando eres estudiante a cuando haces un viaje de placer con tu pareja.
Empezamos la ruta en O’Connells Bridge hacia la parte sur del río: paseamos por el Trinity College (vimos la majestuosa biblioteca) lleno de estudiantes y, sobre todo, turistas como nosotros. De ahí fuimos al parque Stephen’s Green donde comimos una especie de Wraps que compramos previamente en el centro comercial que está junto al parque.
Después de comer, seguimos la ruta por “The Old Dublin”, la estatua típica de Molly Malone, sus calles, sus tiendas,… para finalizar en la zona de Temple Bar. Y como no, con paradita de rigor en el bar que da nombre a la zona para tomar unas pintas (lo típico aquí es tomar ostras, pero a mí no me van mucho…). Yo me lancé a la pinta de sidra, por cambiar y está bien rica y te da un puntillo muy gracioso. Mi chico es fiel a la Guiness. Después recorrimos la zona buscando un sitio para cenar y acabamos en un italiano muy acogedor, pero no recuerdo su nombre, donde cenamos muy bien tras unos días de alimentación a base de sándwiches y hamburguesas…
Seguimos paseando por la ciudad, ya sin un rumbo concreto, perdiéndonos por sus preciosas calles, para finalizar en la parada de tranvía rumbo al hotel. Nos dimos cuenta de que no nos quedaba dinero suelto suficiente para comprar 2 billetes para zona 3 (a la que íbamos) así que los cogimos hasta la zona 2, pensando que nadie se daría cuenta. Ante nuestra sorpresa, ¡en la parada siguiente entraron 2 revisores! Por suerte, pasamos desapercibidos… Llegamos al hotel sin percances y para despedirnos bien de Dublín nos quedamos en el bar tomando unas pintas. Al día siguiente se acababan nuestras vacaciones…
Teníamos el avión por la mañana, así que no nos daba tiempo a nada más.
Preparamos todo y fuimos rumbo al aeropuerto, donde devolvimos el coche y cogimos el avión rumbo a Madrid.
Habían sido unas vacaciones perfectas, con un tiempo fabuloso, nada de lluvia y poco frío.
¡Pensábamos repetir la experiencia!