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Hola viajeros!
En esta ocasión os voy contaros mi historia por tierras marroquís, mi primera experiencia en el continente africano, donde pasé unas magnificas vacaciones antes de empezar de nuevo. Lo definiría como un viaja de contraste, tanto a nivel cultural como a nivel paisajístico. Las dos culturas son realmente diferentes, nada más aterrizar nos percatamos de ello (los taxistas se peleaban entre ellos por llevarnos al centro de Marrakech) y fuimos reuniendo durante los días que estuvimos allí una colección de curiosidades y anécdotas sobre este tema, recogiéndolas en una hoja de papel (DNA-4) por delante y por atrás. Y por el otro aspecto, hicimos un gran recorrido por todo el país que nos hizo pasar por el desierto del Sahara, la costa del Atlántico o, por ejemplo, la cordillera de Atlas, dejándonos un gran recuerdo de sitios inolvidables que serán difíciles de superar (aunque esto no es cierto, ya que recuerdo todos los rincones donde he estado y cada uno tiene su encanto por una u otra cosa).
La cuestión, otra vez me encontraba en mi aeropuerto favorito, el de Girona, con mi billete low cost de Ryanair (como no) con destino a Marrakech dispuesto a vivir una nueva experiencia en un nuevo país, esta vez acompañado de Toni (compañero en mis viajes a Holanda y Bélgica y Escocia) y Laura. La verdad es que fueron ellos los que me invitaron acompañarlos (les salía más barato el alquiler y el alojamiento, jajaja) y no pude resistirme, ya que el destino me atraía mucho desde hacía tiempo y disponía del tiempo necesario. En definitiva diez días, útiles, en Marruecos que dieron para mucho y de los cuales disfrutemos mucho sacándoles el máximo partido.
Nuestra primera parada, como ya he dicho, fue el aeropuerto de Marrakech, que nos abriría las puertas al territorio y a una de sus principales ciudades que nos cautivo por la vida que se respira en ella. Visitemos sus puntos turísticos indispensables, tales como: Koutoubia (que es su principal mezquita), la Plaza Djemma el Fna, su zoco, el Palacio El Badi, las tumbas saadíes, el Jardin Majorelle, el Jardín de la Menara y el Palmeral. La verdad es que la ciudad de ocre, como es conocida Marrakech por la tonalidad de todos sus edificios, es muy apasionante y atractiva, ya sea por su ajetreo constante o sus atracciones correspondientes. Disfruté mucho descubriendo esta ciudad y no dudaría en volver o recomendarla a otras personas su visita.
Me gustaría dedicar una mención especial a un lugar que me enamoro dentro de esta ciudad, este lugar no es ni más ni menos que la plaza Djemma el Fna. Esta plaza es, en mi opinión, la máxima representante de la vitalidad de la ciudad, y me atrevería a decir que del país en general. Encontramos en ella el mayor ajetreo que nunca había visto en una ciudad (bueno, a lo mejor me estoy excediendo) que me pareció al principio caótico y luego aprendí a encontrar su encanto, aunque más tarde descubrir que este tipo de desorden era normal en todo Marruecos. Mucha gente se intenta ganar la vida en este magnífico lugar, cada uno con su oficio, ofreciendo un gran espectáculo para los visitantes, por ejemplo: puestos de frutos confitados y zumos de naranja, aguadores, mujeres que hacen tatuajes de gena, encantadores de serpientes, puestos con monos, cuentacuentos, músicos y bailarines, boxeadores, vendedores de dentaduras postizas con pilas de dientes (este me sorprendió muchísimo), y un largo etcétera… Todo este continuo vaivén de gente se une con el movimiento incesante de peatones y motos del zoco que cae detrás de Djemma el Fna haciéndolo aun más grande e impresionante. Por la tarde, de cara a la noche, ese instalan unos puestecitos para cenar y son los mismos empleados los que intentan convencerte para que vayas a su puesto a cenar con frases, en el idioma del posible cliente, muy graciosas, como: “más barato que Mercadona, amigo”. En definitiva, es una aventura pasear por allí pero te lo acabas pasando muy bien por las ocurrencias de los lugareños ya que te acaban haciendo reír.
Eso sí, te recomiendo despojarte de todo prejuicio que tuvieras si realmente quieres disfrutar de este mágico país, ya que la gente de allí es muy humilde y hospitalarios (quitando excepciones). Al principio era un poco desconfiado, era mi primera experiencia en países musulmanes, pero me fui dando cuenta que no debía desconfiar de la gente y fui dejándome llevar llegando a disfrutar muchísimo en los días en que estuve allí, ya que es la única manera de a descubrir realmente el país y su cultura. La verdad es que ellos te ven como un gran billete con patas, pero solo te intentaran sacarte el dinero ofreciéndote cosas como productos en los zocos o tiendecitas o hacerte de guía turística, nunca me sentí posible objetivo de un robo. Lo único, una advertencia, la gente te ofrece costo por la calle y yo de estos si que no me fiaría mucho.
Una vez visitada la ciudad nos hicimos con un coche de alquiler para realizar una ruta por el sur del país en dirección a las dunas cercanas a Erfoud, a Erg Chebbi. Nuestro primera parada en el trayecto fue la cordillera del Atlas donde descubrimos los paisajes magníficos que deja esta maravillosa cordillera, donde se encuentran los picos más altos del norte de África. La cordillera separa la costa del desierto y ello se nota claramente según vas avanzando por la ruta montañosa, dejando en la cara que da al norte paisajes con más abundancia de vegetación y más desolada en la cara sud. En esta región, y en otras del sud, puedes encontrar una gran variedad de fósiles en puestos a pie de la carretera o mediante vendedores ambulantes que esperan impacientes a que pase una presa para lanzarse encima de ellos.
En un pequeño poblado bereber de tiendecitas donde vendían los ya comentados fósiles y disponía de un pequeño y muy modestos restaurante (donde solo podías pedir un plato de brochetas de pollo con patatas fritas) disfrutemos de la experiencia de tratar por primera vez con bereberes auténticos. Los locales nos ofrecieron un té nada más llegar con el fin de que echemos un ojo a sus tiendas y hiciéramos negocios, o mejor dicho que hiciéramos trueques con ellos con cosas cotidianas para nosotros como un espidifen, bolígrafos o a pin que llevábamos del Barça a cambio de artesanía propia del país o algún fósil. Además, descubrimos que a partir de entonces tendríamos que regatear todos los precios por cualquier cosa que quisiéramos comprar o conseguir, ya en el restaurante nos ofrecieron las brochetas por 5€ (aproximadamente al cambio) y las conseguimos por 3,50€. Tratar con este tipo de gente me gusto mucho ya que son divertidos y te lo pasas bien aunque ellos siempre ganan con todos los cambios o precios que acabas sacándoles, aunque te parezca que sales ganando tu.
La siguiente parada en la ruta fue en Aid Ben Haddou, uno de los patrimonios culturales de la UNESCO. Se trata de una fortaleza hecha de adobe que se encuentra cerca de un pequeño oasis, la verdad es que sorprende ver algo de verde en un territorio tan inhóspito donde no crees que haya nada. Esta fortificación ha sido utiliza en diversas películas, entre ellas la conocidísima Gladiator, y no es de extrañar ya que realmente es impresionante y la visita es casi obligada si visitas la zona. Pasear por sus calles estrechas y empinadas es muy agradable y la verdad es que el ascenso hasta la cima de la colina donde se haya (no de mucha dificultad) merece la pena para ver las vistas de los alrededores y sus murallas y casa todas de barro.
Después de un agotador viaje en nuestro coche de alquiler, que duro todo el día, era hora de ir a buscar alojamiento, ya que era bien entrada la noche (tampoco era demasiado tarde, pero es que anochecía temprano por la diferencia horaria que hay entre la península y Marruecos). Lleguemos a la conclusión de que conducir por el país es toda una odisea, ya sea por el mal estado de las carreteras o por los ciudadanos que no tenían ningún miramiento a la hora de cruzar o circular en sus bicicletas o en sus medios de transporte más rurales: burros o tractores. Pero por suerte, habíamos llegado a Tineghir donde teníamos reservada una habitación en un riad de la localidad. Por el camino, nos perdimos la ruta de las mil kasbahs por culpa de que era imposible apreciarlas con la oscuridad de la noche, nuestra intención era volver a deshacer el camino por donde habíamos pasado cuando volviéramos de las dunas para poder disfrutar de esta ruta que entraba en nuestros planes previos, aunque esto tendría como contrapartida renunciar a alguno que otro lugar.
Quiero aprovechar, ahora que he hablado del riad de Tineghir, para hacer una mención sobre el alojamiento. Fuimos con solo cuatro de las diez noches con reserva y la verdad es que no se nos dio nada mal lo de buscar alojamiento recurriendo, casi siempre, a riads o dars. Un riad, por si alguien no lo sabe, es una casa dentro de la medina que ha sido reformada y adaptada para acoger a huéspedes y los dars son iguales pero con menos habitaciones (por lo que llegue a entender). Desde fuera parecen casas antiguas normales pero la vedad es que por dentro sorprenden muchos porque no esperas que estén tan bien cuidadas por la fachada de fuera. Disponen, generalmente, de un patio interior que da vida a la casa, ya que para acceder a cualquier instancia tienes que pasar por este; habitaciones decoradas al estilo tradicional musulmán y una terraza muy acogedora, donde te sirven el desayuno, por norma general. Si alguien va en algún momento recomiendo que se alojen en estas casas, la verdad es que son muy hospitalarios y amables y te ayudaran en todo lo que puedan.
Siguiendo con el relato donde lo habíamos dejado, el día empezó en Tineghir y lo terminaríamos en medio del desierto. Estuvimos visitando este pueblo que se encuentra en un oasis, desde la carretera no parecía que fuera muy grande pero una vez que fuimos cogiendo altura para poder verlo desde arriba descubrimos que se trataba de un oasis bastante grande. El palmeral se origina gracias al transcurso del rio Todra del cual fuimos a visitar, también, sus gargantas, que son muy conocidas en el ámbito de la escalada, y la verdad es que me impresionaron, aunque la verdad es que las de más espectaculares. Tuvimos una experiencia muy grata con un lugareño bereber con el cual, después de vendernos uno collar (como no), nos hicimos unas fotos con él y después nos pidió que se las mandáramos por mail, como si fuera lo más normal del mundo que un bereber en un poblado pedido de la mano de dios y en una zona de pocos recursos dispusiera de Internet (globalización pura y dura).
Ese mismo día cumplimos nuestro objetivo que no era otro que alcanzar las dunas de Erg Chebbi del desierto más grande del mundo, donde se encontraba la frontera con Argelia (es decir, estuve a un kilometro, aproximadamente, de sumar otro país más en mi currículo viajero). Teníamos contratada una excursión en dromedario por las dunas que nos llevaría a dormir en una haima al pie de La Gran Duna, una gran experiencia en su conjunto que no se me olvidará nunca. Hamid, nuestro guía (el pobre siempre hace el camino andando durante una hora de ida y otra de vuelta), nos estuvo contando todo sobre el desierto, como era su estilo de vida o la fauna de este lugar, y por noche después de cenar nos enseñó junto con otros amigos suyos canciones típicas del desierto bajo ese magnificó cielo que al principio estaba nublado, porque había estado lloviendo (si en el desierto!), pero después se despejo y pudimos ver las estrellas. Al día siguiente, como nos había aconsejado Hamid, subimos a ver el amanecer desde arriba de La Gran Duna, a pesar del gran esfuerzo alcancemos la cima y disfrutemos del espectáculo que nos brindo aquel bellísimo paisaje. Para mí las inhóspitas montañas de arena dejan una extraordinaria imagen que no deja indiferente a nadie y según mi parecer fueron de lo mejor del viaje sin ningún tipo de duda, junto con gente en general del país.
Ya de vuelta a nuestro punto de partida, Marrakech, como había comentado que era nuestra intención, deshicimos el camino que habíamos hecho para poder disfrutar de la ruta de las mil kasbahs, ya que habíamos pasado de noche y no habíamos podido ver nada de nada dado a que no hay alumbrado público en los pueblos más pobres. Las kasbahs son pequeñas fortificaciones cuadradas con una torre en cada esquina (es decir cuatro torres) hechas de adobe, como Aid Ben Haddou, con decoración y estilo acorde con el país. La ruta la terminamos en Ouarzazate que es la ciudad más importante del sur del país, por su comercio y sus estudios de cine, la cual dispone de una de estas fortalezas disponible para visitar a la que accedimos después de hacer noche en la ciudad. Una vez acabada la ruta teníamos que volver a Marrakech a retornar el coche y una vez allí buscar la manera de ir a la ciudad costera de Essaouira.
La solución encontrada para llegar a Essaouira fue un taxi, una solución a la que recorreríamos de nuevo en la siguiente etapa del viaje hacia Meknés, después de que no encontráramos otra solución si no nos queríamos perder la visita a esta ciudad del Atlántico. Nuestra primera intención era coger un autobús desde Marrakech pero este salía por la tarde y suponía desperdiciar todo un día de nuestro viaje, a lo que no estábamos dispuestos, así que acordemos un precio razonable con un taxista de la ciudad para que nos llevara por la mañana pronto para aprovechar todo el día. Más adelante hare una mención especial a nuestras experiencias en taxis en el país, ya que son muchas y dan para un gran relato que intentare acortar lo máximo que pueda para no agobiaros con nuestras idas y venidas.
Essaouira dio un giro radical a la imagen que teníamos hasta el momento del Marruecos, manteniendo siempre unos estándares muy claros. Habíamos dejado atrás la imagen de ciudades y pueblos de color ocre para dar paso a una ciudad de blanco con detalles en color azul marino, y habíamos pasado de terrenos áridos a la inmensidad del océano. La ciudad se dedica claramente a la pesca y al comercio marítimo, como se refleja en su puerto con gran actividad de personas (como es normal en el país) o sus puestos en el paseo marítimo donde te cocinan el pescado o marisco que elijas a la plancha al momento, cobrándotelo a peso. La medina (casco antiguo amurallado, que hay en toda ciudad histórica) está situada en la playa con murallas que da al mar repleta cañones y torretas, por las que puedes pasear disfrutando de buenas vistas. En las playas podías contratar recorridos con dromedarios, pero nosotros ya estamos artos de paseos con estos animales. En los zocos de la ciudad trabajan muy bien la madera, y además los productos son bastante baratos, y de ellos nos llevemos unos bonitos recuerdos.
Los zocos, en todo viaje a países musulmanes como este, son una parte muy importante porque siempre te dejan grandes recuerdos en forma de vivencias y en multitud de suvenires que en principio no entraban en tus planes, como nos pasó a nosotros. Estos son, para aquellos que aun no lo sepan, calles donde se encuentran una gran cantidad de tiendecillas que venden productos típicos de la cultura o de la zona destinadas en su mayoría a los turistas. Aquí nada tiene un precio fijo sino que tienes que regatear todo y solo si se te da bien puedes sacar un buen precio, normalmente hay que intentar conseguir un precio que corresponda a un tercio del primer precio que diga el simpático tendero que te atienda y siempre harán lo posible por venderte algo de su puesto. El más grande, caótico y agresivo (en el sentido de que las personas que se te echan encima para que entres en sus tiendas) es el zoco de Marrakech pero con el que más disfruté fue con el de Essaouira, donde como ya he dicho trabajan muy bien la madera. En Fez puedes encontrar productos de piel muy bien elaborados y en Meknés su producto estrella son las telas.
El siguiente destino de nuestro viaje era Meknés, como ya he dicho tuvimos que hacer el viaje en taxi ya que era la única manera posible de ir desde Essaouira hacia nuestra siguiente parada, la línea regular de autobús que teóricamente existía realmente no existía y no hay trenes en la ciudad. Si miráis en un mapa os daréis cuenta de que es una gran distancia y no os equivocaréis, tuvimos un viaje de ocho horas (parando solo a comer y a repostar) que en España saldría por un ojo de la cara y parte del otro y sin embargo solo nos costó 170€ entre los tres. Coger un taxi es todo una aventura, ya sea por el transito caótico y la forma de conducir de estos o por el estado de estos autos. Todos los taxis son mercedes con unos 20 y pico años de media por dentro parcheados, tapizados con variopintas telas y con remiendos varios (como prestarse la manivela de una ventana a otra para poder bajar la ventanilla). A parte de las ocho horas de Essaouira-Meknés y las dos y media de Marrakech-Essaouira, pasemos más tiempo en otros taxis y cada taxi tiene su historia propia. El taxi es una buena forma de desplazarse dentro de las urbes, pero si no queda otro remedio se puede utilizar en trayectos algo más grandes como en nuestro caso.
De la ciudad de Meknés lo que me impresionó más fueron sus espectaculares puertas que dan paso a la medina o a la ciudad imperial. Solo disponíamos de un día para visitarla y otro más para la siguiente ciudad, Fez, empezábamos a darnos cuenta que esto llegaba a su fin. El día no acompañaba mucho, nos despertemos con lluvia y nos acompaño más de media mañana hasta que se fue despejando y se quedo con buen clima, y nos vimos obligados a buscar un plan alternativo que nos asegurara una visita completa (lo más relevante) de la ciudad en una mañana. Nos decantemos por una visita guiada en calesa (demasiado “guiri” para mi gusto), pero la verdad es que fue un método efectivo para no mojarnos y visitar la ciudad, y cuando por fin salió el sol aprovechemos para ir por las callejuelas de la medina.
La tarde nos la reservamos para hacer una excursión a 33 kilómetros en dirección norte de la ciudad a las ruinas romanas de Volubilis, me resultó curioso visitar restos de cultura Romana cuando estábamos sumergidos en otra cultura por completo. Para llegar utilicemos nuestro medio favorito de transporte, que no es ni más ni menos que el taxi. Las ruinas me encantaron y dentro de lo que cabe, ya que no hay mucho control, se encuentran en relativo buen estado. En este antiguo pueblo romano encuentras mosaicos, columnatas, estructuras de casas, restos de fuentes o el arco de triunfo. La pena es que no disponemos de muchas fotos de Volubilis porque se nos acabo la batería de la cámara de fotos de Toni y yo me había quedado sin cámara después de que le entrara arena en las dunas y inutilizara. Merece la pena visitarla si tienes un poco de tiempo pero tampoco es algo indispensable, ya que en la península (Tarragona por ejemplo) disponemos de restos rumanos más impresionantes.
Fez es una de las ciudades imperiales del viaje que visitemos y nada más llegar con el tren cogimos un taxi y a buscar alojamiento en la medina, como habíamos estado haciendo la segunda mitad del viaje. Después de encontrar un dar asequible decidimos dar una vuelta por la medina para descubrir esta nueva ciudad para nosotros en lo que quedaba de mañana y decidir en que invertir la última tarde de nuestra aventura por tierras marroquís cuando hubiéramos encontrado un buen sitio para comer. Nuestra apuesta fue la de visitar una de las curtidurías que encontráramos, ya que estas son muy conocidas por su magnífico trabajo con la piel, y hacer un acercamiento a la religión musulmana visitando una madraza (escuela coránica), ya que no se puede entrar en ninguna mezquita excepto una de Casablanca. Sin contar el mal rato que pasamos por los olores fuertes de la curtiduría, creo que acertamos tanto con la planificación del día como con la ciudad de Fez que me encantó. Nuestro día terminó jugando a cartas con un chico, hijo de los dueños del dar, compartiendo juegos marroquís y españoles (con baraja española).
El vuelo de vuelta salió desde la misma ciudad de Fez con destino Girona y con él se acabó nuestra primera experiencia en Africano y la cultura típica de los países del norte del continente, la musulmana. La verdad es que no sabía lo que me podría encontrar pero resultó ser un viaje estupendo y no rechazo la idea de volver alguna otra vez a Marruecos, pero intentaría buscar otros destinos como la capital, Rabat, o la mítica Casablanca, aunque no me importaría repetir muchos de los sitios donde he estado en este circuito.
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