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La llegada a Serengeti no fue todo lo pacífica que debería, y confirmamos que este sería el viaje de esperar en los aeropuertos. Como os decía en la anterior etapa, Tipira y Lesaloi nos dejaron en Keekorok, desde donde volaríamos a la frontera para cruzarla en coche, y de nuevo tomar otro vuelo hasta Serengeti. Burocracia aparte, una vez en Tanzania, fuimos a recoger a nuestro piloto. Al ser temporada baja, estos vuelos los hacíamos solos. El piloto era un argentino trabajando en África, y estuvimos hablando en el traslado hasta el aeropuerto. A Serengeti llegamos una hora antes de lo previsto, y claro, nuestro guía no estaba aún allí. Lo malo es que nosotros no sabíamos que habíamos llegado antes de tiempo, y entre eso, y que el aeropuerto en sí era una barraca, con sillas de plástico de las de chiringuito de playa, rotas para más inri, y que el “personal de tierra” era un chaval de unos veinte años con una metralleta al hombro, estábamos un poco mosqueados. Aquí unas fotos de la avioneta, y de algún pajarillo por la zona, ah, nos las prometíamos tan felices…
Nuestro nuevo amigo argentino se quedó a hacernos compañía (qué majo, pero podía habernos dicho que habíamos llegado con adelanto…) y, al poco de irse, porque veréis, tampoco tenía sentido que se quedara, llegó Samwel. El chaval, majísimo, nos explicó lo de la hora de adelanto (de hecho llegaba incluso pronto) y nos enseñó un papel de la empresa con nuestra hora de llegada… Vamos, que nos duró el cabreo bien poco, además venía con café de regalo…jeje
Así que comenzamos el safari en ruta hacia el hotel. Claro, lo malo de todo esto es que no habíamos comido nada, ya veis, íbamos de sufridores, pero el Samwel este nos dio un plátano y, ala, a otra cosa. Aquí ya empezamos a notar la influencia germánica en Tanzania, todo mucho más organizado en los parques, más marcados los caminos etc. Y empezamos a echar de menos a Tipira… Vimos por el camino unos babuinos y un cocodrilo enorme. Y con éstas que llegamos al hotel.
El hotel es una pasada, con unas vistas geniales sobre la sabana, y una piscina espectacular. Pero lo mejor eran los otros huéspedes, mirad, por ejemplo, los del chalet 9…
A partir de este día, tendríamos cenas buffet en todos los lodges, pero la de esta noche fue de las mejores (desde las 7.00 de la mañana sólo habíamos comido un plátano!)
A la mañana siguiente salimos temprano hacia la zona del parque donde se encontraba la migración, uno de los platos fuertes del viaje. Este es un fenómeno consistente en el movimiento anual de las manadas de ñus en busca de pastos, con lo que es cíclico y asociado a las lluvias. Cuando llegan al Mara, cruzan el río, dejando las espectaculares imágenes de los ñus cruzando en tropel, y los cocodrilos esperando para zampárselos… Los ñus siempre se acompañan de cebras, y se sirven mutuamente. A ver, los ñus no son muy listos, de manera que las cebras digamos son sus “guías”. Y, ¿qué provecho sacan las cebras? Pues básicamente que los depredadores se coman a los ñus y a ellas las dejen en paz. Todo esto muy básico y resumido, claro. Y esto es otro de los alicientes de la migración, el movimiento de felinos que trae consigo. Empezamos con unas fotos de cebras y ñus, aunque os digo que no hacen justicia a lo allí vivido. Era impresionante, se perdía la vista y no veías más que ñus en el horizonte, te rodeaban, y qué sonido! Imaginaos, cientos, miles de ñus haciendo una especie de mugido corto, que es su forma de comunicarse…Realmente increíble.
También vimos impalas, búfalos y más babuinos…
Y, por supuesto, leones, en árboles y de caza (aquí una madre enseñando a sus cachorros…)
Almorzamos con una lunch box, una caja de cartón en la que llevas un bocata, agua, yogur y un dulce, y luego ya, según el sitio, hasta muslo de pollo envuelto en film transparente. Nada del otro jueves. Y después de almorzar, emprendimos ruta de vuelta al hotel. Un bañito en la piscina, una nueva cena buffet (igual de rica que el día anterior) y una manada de impalas en la puerta de la cabaña, para darnos las buenas noches. Al día siguiente tocaba madrugar, pues nos desplazábamos al cráter del Ngorongoro.
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